Aqui esta el segundo episodio de "El piso de arriba".
EL PISO DE ARRIBA II: SENDEROS
1
Aullando entre las copas de los árboles, se sumergía a veces el viento, recorriéndolas hoja a hoja, rama a rama, como queriendo acariciarlas. Si lo seguías, te conducía a muchos sitios. Todos ellos llenos de magia y misterio.
Lerf me había enseñado a seguir al viento, en el bosque. El bosque del cuadro.
El bosque de los mil senderos, según podía ver. Senderos, como el que estaba recorriendo en estos momentos.
Lleno de vegetación, recorría la parte derecha del bosque. La noche había parido una niebla, que ronroneaba con él. Lo acariciaba y luego se elevaba, para de nuevo descender como un insecto curioso que fuera a libar. Flotaba, a merced del viento. Que hacía curiosos remolinos, con ella.
La luna, haciéndose sitio como podía, entraba entre las copas de los árboles alumbrando el paisaje. Pero, la niebla apenas, le dejaba iluminar. Era como si dijera: esta noche mando yo, ya mandaras tú mañana.
De pronto, me pareció ver algo, a través de ese neblinoso manto. Una figura. Parecía vestida de negro, o eso me pareció, pues fue un momento fugaz. El vestido era largo, pues le llegaba casi al suelo, tapando los pies, por completo. Se hallaba ante mí. A unos 100 metros, pero la niebla la escondió y cuando, se dignó a liberarla de su escondite, la figura había desaparecido. ¿Habría entrado en el bosque? ¿Quién era? ¿Algún fantasma? Quien sabía. Decidí seguir adelante, y buscarla. Para eso, opté por meterme en el bosque, yo también.
2
Llevaba ya casi media hora caminando y no había ni rastro de la aparición. Empecé a pensar, que quizás me la había imaginado. Que no había sido nada más que el producto de mi imaginación. La verdad sea dicha, esperaba encontrar un bosque con fantasmas. Lerf me dijo que aquí los había. Pero, también me había dicho que, por regla general, se dejarían ver. Que serían tratables, que los podría ver. Que podría hablar con ellos, como había hablado con Lerf. Entonces, ¿a santo de qué esta visión se me había escondido? ¿Timidez? No creo. ¿Dónde se ha visto un fantasma tímido? Ellos saben de sobra que asustan, que causan miedo. Si yo fuera un fantasma, desde luego intentaría pasármelo en grande asustando a la gente, por doquiera que fuese.
De pronto, algo helado; en mi hombro. Me quedo de piedra, cuando miro allí y veo una mano de mujer. Lleva un anillo de piedra, como transparente. No sé si girarme. La verdad es que el miedo me llena de temblores por completo, la espina dorsal. Suben, bajan, suben, bajan. Parecen peces en una pecera rectangular.
-¿Me buscabas jovenzuelo?
La voz llena de ecos el aire. La etereidad de su estructura la convierte en irresistible. Poco a poco, voy girándome: primero los pies, luego giro poco a poco la cadera. La única parte de mi cuerpo que me falta por girar es la cabeza. Lo hago y me encuentro con un rostro arrugado. Sus ojos son casi cristalinos, extrañamente transparentes, como la piedra de su anillo. Lleva el pelo, moreno y liso, recogido en un moño.
-¿Me buscabas?
Yo no sé que contestar.
3
Cierro los ojos.
Pero ese tacto... esa heladez...
-El valor es algo que se ha de tener, si se buscan fantasmas –dijo la voz de la mujer-. Si no lo tienes, no debes hacerlo.
Yo, no sé de donde, saco ese valor para decir:
-No es cobarde el que tiene miedo. Sino es que tiene miedo y huye.
-Si no huyes, ¿por qué no abres los ojos, jovenzuelo?
Entonces, el instinto hace su aparición y me abre los ojos.
Nadie.
Aunque no se había ido sin dejar nada. Comienzo a caminar y al dar el primer paso, tropiezo con algo. Miro, hacia abajo y a mis pies, descubro un papel enrollado. Una especie de pergamino. Lo cojo y lo desenrollo. Escrito con letras rojas, el siguiente mensaje:
“No se trata de tener valor una vez
se trata de tenerlo siempre
sino, no te metas por los senderos
no todos los fantasmas son amables niños
que buscan un amigo, con quien jugar”
Miro el pergamino, durante unos segundos y ocurre algo que me deja helado. Desaparece ante mis propios ojos.
Y, como si se hubieran puesto de acuerdo, los árboles del sendero se cierran, como prohibiéndome el paso. La oscuridad no permite ver, siquiera la espesa niebla que seguía adueñándose del bosque.
El sendero esta cerrado.
Miro a los árboles y digo:
-Lerf me dijo, que los fantasmas de este bosque eran amables y se dejaban ver. ¿O es que no es verdad y vuestra tosquedad y vuestro agrio carácter no os deja mostraros? ¿Quizás me tenéis miedo?
Esto último me doy cuenta, de que podía perfectamente habérmelo ahorrado. Los árboles se abren y ante mí veo un sendero. Pero no es solamente un camino. Un camino solitario, como los de hasta ahora. Ante mí veo un auténtico ejercito de apariciones. La oscuridad los ha invadido de tal manera que solo se ven sus ojos. Rojos. Y de una luminosidad que dejaba adivinar una cierta inquietud en mi. Son como sombras que se hubieran puesto de pie y hubieran hecho desaparecer a su dueño. La niebla se mueve entre ellos, como una serpiente.
Entonces, veo que empiezan a avanzar hacia mi. Como si fueran un batallón que estuvieran haciendo una marcha militar. Detrás de mi oigo un sonido, como de árboles mecidos por el viento. Miro y puedo constatar con terror que ahora es tras mío, por donde se ha cerrado el sendero. Miro hacia los lados y veo que tampoco hay salida por ahí. Los árboles se han juntado de manera que no quepo entre ellos, para intentar una posible huida.
Estoy atrapado.
4
No se cuantos puede haber. Pero hay varias filas y cada una parece contar de unos diez mas o menos. Doy un paso atrás y de pronto, algo me agarra. Dos brazos me rodean el cuello. Y una voz me susurra al oído:
-No es valor lo que ha de faltarte aquí, joven Andros. Has de tener fe en tu valentía.
Me eleva en el aire y, en volandas, me lleva hacia el grupo de apariciones. Ellas, siguen avanzando.
-¡No, por favor! –grito yo.
-¿Dónde está ese valor, Andros?
Cada vez más cerca.
-¡Yo solo buscaba fantasmas, con quien poder conversar. Lerf no me dijo que eran así!
-Lerf es un niño mimado y metomentodo, que no hace más que meterse donde no le llaman. Es decir en la vida de la gente.
Diez metros.
-¡Por favor, déjeme ir! ¡No volveré a molestarles!
Cinco metros.
-Ahora ya es tarde, Andros. Ahora, solo el valor te salvará.
-No entiendo.
-Ahora lo entenderás.
Me siento envuelto, por un manto de oscuridad.
5
Despierto en medio de un cementerio. Pero es un curioso cementerio, pues es como si estuviera construido en una cueva. El techo me lo dice. Hace frío. El techo y las paredes parecen estar decorados, con una auténtica galería de estalactitas y estalagmitas, de todas las formas posibles.
A mi lado, una tumba. Llena de vegetación, hiedra que sube y baja, por ella, apenas se ve bien el nombre. Retiro algunas ramas y cuando leo el nombre, algo no me cuadra: Lerf Smith.
-Es su cuna.
La voz suena tras mía. Es conocida. Miro hacia su procedencia. Ante mi, un hombre con camisa, antes blanca, ahora gastada por el tiempo. Los pantalones marrones, están tan desgastados como la camisa. Sus zapatos están sucios y bastante viejos. Se halla apoyado en otra tumba.
-Su cuna, de niño mimado y malcriado.
Retrocedo varios pasos. No tengo muy buen recuerdo de él.
-Mi nombre es Alan Dob. Sí, soy un fantasma.
Señala a la tumba en la que se esta apoyando.
-Y esta es la mía. Bueno, esta es mi cama.
La sonrisa que esbozó, no me hace ninguna gracia
-¿Por qué me habéis traído aquí? –pregunto, con una valor que, últimamente, ni yo mismo me reconozco.
Alan me mira, con esos ojos suyos, vacíos de bondad y que miran, con un odio exacerbado.
-Eres su amigo, ¿no? Creí, que te gustaría saber cosas, sobre él.
-¿Naciste fantasma?
Alan avanza hacia mí y me coge del cuello, levantándome sin apenas esfuerzo, mientras me dice:
-¿Eso te ha dicho ese consentido amigo tuyo? Escúchame, pequeño entrometido. Lerf murió de cólera hace muchos años, al igual que su padre, al igual que sus amigos. ¿Sabías que esa mansión tuya, fue un internado, hace muchísimo tiempo? Todos esos niños fueron amigos de Lerf. Su padre llevó el colegio. Su mujer le engañaba, con un rico magnate. Al final huyó, con él, dejándole al cuidado del colegio. Entonces, fue cuando Lomb decidió, dedicarse a cuidar de los niños. Al no poder contar con el apoyo financiero de su esposa, él solo no podía llevar los gastos del colegio y al ser un internado para niños de familias más bien pobres, apenas cobraban, por la estancia allí de los niños. Pero, entonces, todos murieron de cólera. Al igual que el pueblo entero de Collisburgh. Todos morimos de cólera. En fin, no quedó nadie. Fue cuando Lomb decidió que debía vagar como espíritu. Al igual que su hijo y todos sus amigos. Decidió que podían vivir para siempre en la oscuridad. Y nos separó a todos, de nuestros hijos. Pues ahora viven allí. Y nunca vienen a vernos. Así que por eso, les odiamos. Por que nos quitaron a nuestros hijos.
6
-¿Cuándo has visto esa luz, papá?
Lomb hizo una seña a su hijo, para que le acompañara, a la ventana. Se hallaban en la habitación de Lerf. Lerf miró, por ella. A lo lejos, una luz mortecina, apenas brillante asomaba, por entre los árboles y la niebla.
-Creí, que habían dado su palabra de no molestar.
-Debiste decirme que Andros, iría a explorar el bosque.
Lerf se volvió a su padre y le dijo:
-Dieron su palabra, de no molestar.
Lomb tomó firmemente, pero con cariño a su hijo de los hombros.
-Sabes que Alan, jamás cumplió una vez con su palabra, mientras vivía. Mucho menos, ahora que esta muerto.
-Pero entonces, seguro que le habrá contado todo a Andros. Sabrá que somos unos mentirosos.
-¿Lo somos?
Lerf miró a su padre:
-No. Por supuesto, que no.
-Entonces, habrá que acudir, para lavar nuestra imagen.
7
-A pesar de todo, no entiendo lo referente a mi valor –digo yo, intentando buscar algún método para que mi voz, se mantenga firme y no tiemble.
Alan, que me ha soltado, sé acerca de nuevo a mí y me dice:
-Quizás, quieras visitar la tumba de tu amiguito.
Y dicho esto, me tira al suelo. Caigo, al lado de la supuesta tumba de Lerf. Alan abre al lapida y el ataúd y me tira dentro. Antes de que pueda hacer nada, cierra la tapa. Pero, oigo unas voces fuera.
-Déjale en paz, Alan.
Parece ser, la voz de Lomb.
Alguien abre el ataúd. Veo, que es Lerf. Me ayuda a levantarme. Alan está mirando, a Lomb. Su cara es pura maldad.
Yo aun no he reaccionado.
-Parece ser que le has estado contando mentiras, sobre nosotros ¿verdad, Alan?
-No son mentiras y tú lo sabes, Lomb.
-¿Ah no? Quizás Andros debería saber, que fuisteis vosotros los causantes de todo. Vosotros fuisteis a buscar ese oro, a las montañas de Johannesburg, dejando a vuestros hijos a nuestros cuidados, por resultaros molestos. Sí claro, la fiebre del oro, era demasiado importante. Vosotros, trajisteis de allí ese brote de cólera. Vosotros. No quisisteis haceros cargo de vuestros hijos y os abandonasteis a vuestra enfermedad. Moristeis de cólera. Y vuestros hijos de pena. Nosotros no morimos de cólera. Nacimos fantasmas y lo sabes. Sabes también que Alena, la madre de Lerf y esposa mía, mora en el castillo. Pero no es aficionada a salir por él. Toda esa sensación de culpa, os obliga a inventaros esas historias. Y ahora, vas a dejar ir a Andros.
-Por supuesto que lo hará.
La voz suena detrás de un árbol. De él sale la mujer que antes me había encontrado en el bosque. Sus ojos penetrantes me miran a mí y a todos.
-¿Tú qué haces aquí? –pregunta Alan, a la recién llegada.
-Es mi bosque también, asi como tuyo. ¿Te atreves a prohibirme entrar él?
-Mirna –dice Lomb.
-Así es. Soy Mirna. La madre de Arnibald. Uno de los amigos de Andros, jovenzuelo –dice, mirándome-. No hagas caso a mi marido. Lomb tiene razón. Y yo me siento culpable, por lo que ocurrió. Así que, por favor. No tengas miedo ahora. Has demostrado tener ese valor, del que te hablaba antes. Ahora, ve libremente por este bosque.
Alan mira a su esposa. Su mirada es la guarida del odio, del rencor. Pero, sobre todo del remordimiento. Remordimiento, que intenta instintivamente ocultar. Pero, que es demasiado obvio, para salir victorioso en el intento. Luego dirige esa mirada, hacia mí. Esta vez el odio puede mas que el remordimiento. Entonces, Mirna se pone delante de mí. No puedo ver su mirada, pero su marido, resignado al ver que no puede imponerse, nos regala una mirada llena de rencor y odio, grita y se desvanece en el aire.
-¡No dejes de mirar a tu espalda! –se oye una voz, plagada de eco-. ¡Allí estaremos todos! ¡Un pueblo fantasma, que irá a por ti!
Es Alan.
Su voz suena desde la ultratumba.
Su rencor, desde lo más profundo de su corazón, acostumbrado a odiar.
-Mira tú la tuya –dice Mirna.
La voz llena de seguridad de Mirna, parece acallar la de su marido.
Su eco se desvanece.
Esperamos un rato.
Silencio.
1
Aullando entre las copas de los árboles, se sumergía a veces el viento, recorriéndolas hoja a hoja, rama a rama, como queriendo acariciarlas. Si lo seguías, te conducía a muchos sitios. Todos ellos llenos de magia y misterio.
Lerf me había enseñado a seguir al viento, en el bosque. El bosque del cuadro.
El bosque de los mil senderos, según podía ver. Senderos, como el que estaba recorriendo en estos momentos.
Lleno de vegetación, recorría la parte derecha del bosque. La noche había parido una niebla, que ronroneaba con él. Lo acariciaba y luego se elevaba, para de nuevo descender como un insecto curioso que fuera a libar. Flotaba, a merced del viento. Que hacía curiosos remolinos, con ella.
La luna, haciéndose sitio como podía, entraba entre las copas de los árboles alumbrando el paisaje. Pero, la niebla apenas, le dejaba iluminar. Era como si dijera: esta noche mando yo, ya mandaras tú mañana.
De pronto, me pareció ver algo, a través de ese neblinoso manto. Una figura. Parecía vestida de negro, o eso me pareció, pues fue un momento fugaz. El vestido era largo, pues le llegaba casi al suelo, tapando los pies, por completo. Se hallaba ante mí. A unos 100 metros, pero la niebla la escondió y cuando, se dignó a liberarla de su escondite, la figura había desaparecido. ¿Habría entrado en el bosque? ¿Quién era? ¿Algún fantasma? Quien sabía. Decidí seguir adelante, y buscarla. Para eso, opté por meterme en el bosque, yo también.
2
Llevaba ya casi media hora caminando y no había ni rastro de la aparición. Empecé a pensar, que quizás me la había imaginado. Que no había sido nada más que el producto de mi imaginación. La verdad sea dicha, esperaba encontrar un bosque con fantasmas. Lerf me dijo que aquí los había. Pero, también me había dicho que, por regla general, se dejarían ver. Que serían tratables, que los podría ver. Que podría hablar con ellos, como había hablado con Lerf. Entonces, ¿a santo de qué esta visión se me había escondido? ¿Timidez? No creo. ¿Dónde se ha visto un fantasma tímido? Ellos saben de sobra que asustan, que causan miedo. Si yo fuera un fantasma, desde luego intentaría pasármelo en grande asustando a la gente, por doquiera que fuese.
De pronto, algo helado; en mi hombro. Me quedo de piedra, cuando miro allí y veo una mano de mujer. Lleva un anillo de piedra, como transparente. No sé si girarme. La verdad es que el miedo me llena de temblores por completo, la espina dorsal. Suben, bajan, suben, bajan. Parecen peces en una pecera rectangular.
-¿Me buscabas jovenzuelo?
La voz llena de ecos el aire. La etereidad de su estructura la convierte en irresistible. Poco a poco, voy girándome: primero los pies, luego giro poco a poco la cadera. La única parte de mi cuerpo que me falta por girar es la cabeza. Lo hago y me encuentro con un rostro arrugado. Sus ojos son casi cristalinos, extrañamente transparentes, como la piedra de su anillo. Lleva el pelo, moreno y liso, recogido en un moño.
-¿Me buscabas?
Yo no sé que contestar.
3
Cierro los ojos.
Pero ese tacto... esa heladez...
-El valor es algo que se ha de tener, si se buscan fantasmas –dijo la voz de la mujer-. Si no lo tienes, no debes hacerlo.
Yo, no sé de donde, saco ese valor para decir:
-No es cobarde el que tiene miedo. Sino es que tiene miedo y huye.
-Si no huyes, ¿por qué no abres los ojos, jovenzuelo?
Entonces, el instinto hace su aparición y me abre los ojos.
Nadie.
Aunque no se había ido sin dejar nada. Comienzo a caminar y al dar el primer paso, tropiezo con algo. Miro, hacia abajo y a mis pies, descubro un papel enrollado. Una especie de pergamino. Lo cojo y lo desenrollo. Escrito con letras rojas, el siguiente mensaje:
“No se trata de tener valor una vez
se trata de tenerlo siempre
sino, no te metas por los senderos
no todos los fantasmas son amables niños
que buscan un amigo, con quien jugar”
Miro el pergamino, durante unos segundos y ocurre algo que me deja helado. Desaparece ante mis propios ojos.
Y, como si se hubieran puesto de acuerdo, los árboles del sendero se cierran, como prohibiéndome el paso. La oscuridad no permite ver, siquiera la espesa niebla que seguía adueñándose del bosque.
El sendero esta cerrado.
Miro a los árboles y digo:
-Lerf me dijo, que los fantasmas de este bosque eran amables y se dejaban ver. ¿O es que no es verdad y vuestra tosquedad y vuestro agrio carácter no os deja mostraros? ¿Quizás me tenéis miedo?
Esto último me doy cuenta, de que podía perfectamente habérmelo ahorrado. Los árboles se abren y ante mí veo un sendero. Pero no es solamente un camino. Un camino solitario, como los de hasta ahora. Ante mí veo un auténtico ejercito de apariciones. La oscuridad los ha invadido de tal manera que solo se ven sus ojos. Rojos. Y de una luminosidad que dejaba adivinar una cierta inquietud en mi. Son como sombras que se hubieran puesto de pie y hubieran hecho desaparecer a su dueño. La niebla se mueve entre ellos, como una serpiente.
Entonces, veo que empiezan a avanzar hacia mi. Como si fueran un batallón que estuvieran haciendo una marcha militar. Detrás de mi oigo un sonido, como de árboles mecidos por el viento. Miro y puedo constatar con terror que ahora es tras mío, por donde se ha cerrado el sendero. Miro hacia los lados y veo que tampoco hay salida por ahí. Los árboles se han juntado de manera que no quepo entre ellos, para intentar una posible huida.
Estoy atrapado.
4
No se cuantos puede haber. Pero hay varias filas y cada una parece contar de unos diez mas o menos. Doy un paso atrás y de pronto, algo me agarra. Dos brazos me rodean el cuello. Y una voz me susurra al oído:
-No es valor lo que ha de faltarte aquí, joven Andros. Has de tener fe en tu valentía.
Me eleva en el aire y, en volandas, me lleva hacia el grupo de apariciones. Ellas, siguen avanzando.
-¡No, por favor! –grito yo.
-¿Dónde está ese valor, Andros?
Cada vez más cerca.
-¡Yo solo buscaba fantasmas, con quien poder conversar. Lerf no me dijo que eran así!
-Lerf es un niño mimado y metomentodo, que no hace más que meterse donde no le llaman. Es decir en la vida de la gente.
Diez metros.
-¡Por favor, déjeme ir! ¡No volveré a molestarles!
Cinco metros.
-Ahora ya es tarde, Andros. Ahora, solo el valor te salvará.
-No entiendo.
-Ahora lo entenderás.
Me siento envuelto, por un manto de oscuridad.
5
Despierto en medio de un cementerio. Pero es un curioso cementerio, pues es como si estuviera construido en una cueva. El techo me lo dice. Hace frío. El techo y las paredes parecen estar decorados, con una auténtica galería de estalactitas y estalagmitas, de todas las formas posibles.
A mi lado, una tumba. Llena de vegetación, hiedra que sube y baja, por ella, apenas se ve bien el nombre. Retiro algunas ramas y cuando leo el nombre, algo no me cuadra: Lerf Smith.
-Es su cuna.
La voz suena tras mía. Es conocida. Miro hacia su procedencia. Ante mi, un hombre con camisa, antes blanca, ahora gastada por el tiempo. Los pantalones marrones, están tan desgastados como la camisa. Sus zapatos están sucios y bastante viejos. Se halla apoyado en otra tumba.
-Su cuna, de niño mimado y malcriado.
Retrocedo varios pasos. No tengo muy buen recuerdo de él.
-Mi nombre es Alan Dob. Sí, soy un fantasma.
Señala a la tumba en la que se esta apoyando.
-Y esta es la mía. Bueno, esta es mi cama.
La sonrisa que esbozó, no me hace ninguna gracia
-¿Por qué me habéis traído aquí? –pregunto, con una valor que, últimamente, ni yo mismo me reconozco.
Alan me mira, con esos ojos suyos, vacíos de bondad y que miran, con un odio exacerbado.
-Eres su amigo, ¿no? Creí, que te gustaría saber cosas, sobre él.
-¿Naciste fantasma?
Alan avanza hacia mí y me coge del cuello, levantándome sin apenas esfuerzo, mientras me dice:
-¿Eso te ha dicho ese consentido amigo tuyo? Escúchame, pequeño entrometido. Lerf murió de cólera hace muchos años, al igual que su padre, al igual que sus amigos. ¿Sabías que esa mansión tuya, fue un internado, hace muchísimo tiempo? Todos esos niños fueron amigos de Lerf. Su padre llevó el colegio. Su mujer le engañaba, con un rico magnate. Al final huyó, con él, dejándole al cuidado del colegio. Entonces, fue cuando Lomb decidió, dedicarse a cuidar de los niños. Al no poder contar con el apoyo financiero de su esposa, él solo no podía llevar los gastos del colegio y al ser un internado para niños de familias más bien pobres, apenas cobraban, por la estancia allí de los niños. Pero, entonces, todos murieron de cólera. Al igual que el pueblo entero de Collisburgh. Todos morimos de cólera. En fin, no quedó nadie. Fue cuando Lomb decidió que debía vagar como espíritu. Al igual que su hijo y todos sus amigos. Decidió que podían vivir para siempre en la oscuridad. Y nos separó a todos, de nuestros hijos. Pues ahora viven allí. Y nunca vienen a vernos. Así que por eso, les odiamos. Por que nos quitaron a nuestros hijos.
6
-¿Cuándo has visto esa luz, papá?
Lomb hizo una seña a su hijo, para que le acompañara, a la ventana. Se hallaban en la habitación de Lerf. Lerf miró, por ella. A lo lejos, una luz mortecina, apenas brillante asomaba, por entre los árboles y la niebla.
-Creí, que habían dado su palabra de no molestar.
-Debiste decirme que Andros, iría a explorar el bosque.
Lerf se volvió a su padre y le dijo:
-Dieron su palabra, de no molestar.
Lomb tomó firmemente, pero con cariño a su hijo de los hombros.
-Sabes que Alan, jamás cumplió una vez con su palabra, mientras vivía. Mucho menos, ahora que esta muerto.
-Pero entonces, seguro que le habrá contado todo a Andros. Sabrá que somos unos mentirosos.
-¿Lo somos?
Lerf miró a su padre:
-No. Por supuesto, que no.
-Entonces, habrá que acudir, para lavar nuestra imagen.
7
-A pesar de todo, no entiendo lo referente a mi valor –digo yo, intentando buscar algún método para que mi voz, se mantenga firme y no tiemble.
Alan, que me ha soltado, sé acerca de nuevo a mí y me dice:
-Quizás, quieras visitar la tumba de tu amiguito.
Y dicho esto, me tira al suelo. Caigo, al lado de la supuesta tumba de Lerf. Alan abre al lapida y el ataúd y me tira dentro. Antes de que pueda hacer nada, cierra la tapa. Pero, oigo unas voces fuera.
-Déjale en paz, Alan.
Parece ser, la voz de Lomb.
Alguien abre el ataúd. Veo, que es Lerf. Me ayuda a levantarme. Alan está mirando, a Lomb. Su cara es pura maldad.
Yo aun no he reaccionado.
-Parece ser que le has estado contando mentiras, sobre nosotros ¿verdad, Alan?
-No son mentiras y tú lo sabes, Lomb.
-¿Ah no? Quizás Andros debería saber, que fuisteis vosotros los causantes de todo. Vosotros fuisteis a buscar ese oro, a las montañas de Johannesburg, dejando a vuestros hijos a nuestros cuidados, por resultaros molestos. Sí claro, la fiebre del oro, era demasiado importante. Vosotros, trajisteis de allí ese brote de cólera. Vosotros. No quisisteis haceros cargo de vuestros hijos y os abandonasteis a vuestra enfermedad. Moristeis de cólera. Y vuestros hijos de pena. Nosotros no morimos de cólera. Nacimos fantasmas y lo sabes. Sabes también que Alena, la madre de Lerf y esposa mía, mora en el castillo. Pero no es aficionada a salir por él. Toda esa sensación de culpa, os obliga a inventaros esas historias. Y ahora, vas a dejar ir a Andros.
-Por supuesto que lo hará.
La voz suena detrás de un árbol. De él sale la mujer que antes me había encontrado en el bosque. Sus ojos penetrantes me miran a mí y a todos.
-¿Tú qué haces aquí? –pregunta Alan, a la recién llegada.
-Es mi bosque también, asi como tuyo. ¿Te atreves a prohibirme entrar él?
-Mirna –dice Lomb.
-Así es. Soy Mirna. La madre de Arnibald. Uno de los amigos de Andros, jovenzuelo –dice, mirándome-. No hagas caso a mi marido. Lomb tiene razón. Y yo me siento culpable, por lo que ocurrió. Así que, por favor. No tengas miedo ahora. Has demostrado tener ese valor, del que te hablaba antes. Ahora, ve libremente por este bosque.
Alan mira a su esposa. Su mirada es la guarida del odio, del rencor. Pero, sobre todo del remordimiento. Remordimiento, que intenta instintivamente ocultar. Pero, que es demasiado obvio, para salir victorioso en el intento. Luego dirige esa mirada, hacia mí. Esta vez el odio puede mas que el remordimiento. Entonces, Mirna se pone delante de mí. No puedo ver su mirada, pero su marido, resignado al ver que no puede imponerse, nos regala una mirada llena de rencor y odio, grita y se desvanece en el aire.
-¡No dejes de mirar a tu espalda! –se oye una voz, plagada de eco-. ¡Allí estaremos todos! ¡Un pueblo fantasma, que irá a por ti!
Es Alan.
Su voz suena desde la ultratumba.
Su rencor, desde lo más profundo de su corazón, acostumbrado a odiar.
-Mira tú la tuya –dice Mirna.
La voz llena de seguridad de Mirna, parece acallar la de su marido.
Su eco se desvanece.
Esperamos un rato.
Silencio.
8
Un rato después
Todos desaparecieron, unos segundos después de que me dieran total libertad en el bosque. He estado caminado, por los senderos, sin encontrar otra cosa que niebla y caminos. Los fantasmas, parecen haberse escondido.
Antes de que desapareciera, le pregunté a Lerf que, teniendo en cuenta lo que había sucedido, por qué me había dicho que los fantasmas, por lo general, eran tratables. Lerf me había respondido, que esos fantasmas que me había encontrado, hacía tiempo que no salían a vagar por el bosque. Pero, que la luna era casi llena. Y eso, suele hacer que todo tipo de fantasmas salgan, a vagar.
Yo en estos momentos me hallo sentado, apoyado en el tronco de un árbol. Mirando un libro que he encontrado medio enterrado.
Parece un diario. He podido leer un poco. He aquí, la últimas anotaciones. Como en el diario de Lerf, no pone fecha:
“He podido, sentir la luna en mi piel. El suave recorrer, de la brisa en mi pelo. Sí, lo sé. Eso, en teoría no puede ser. Pero es. Soy lo que soy, no lo voy a negar. Pero, también soy lo que parece que no soy. Y aun asi lo soy. Y eso me permite hacer cosas, que quizás siendo tan solo lo que soy, no podría hacer. A lo mejor, a la gente no le parece normal. Yo solo sé, que me gusta. He oído un ruido. Creo, que voy a esconder mi diario, donde siempre y me iré a casa.”
Creo que voy a hacer lo mismo, en lo que se refiere al diario. Me siento algo mal, por haberlo leído. Cada uno, tiene derecho a su intimidad. Pero, lo ha escondido fatal. Si quería que no lo encontraran, no lo ha conseguido. Quizás las prisas, de no ser descubierto o descubierta. Esta vez, el diario va a quedar bien escondido. Para que solo la dueña, lo pueda encontrar.
Su casa.
Creo, que andará, por aquí.
La voy a buscar.
9
Senderos y más senderos.
La luna es llena. Y su luz, apenas puede atravesar la niebla. Pero, se ve bien. Es una luz poderosa. Es una luna increíblemente grande. Algo amarillenta.
No he visto hasta ahora ninguna casa.
Quizás, el dueño o dueña, de este diario no vive por aquí y lo perdió.
Parece, que aun no va a amanecer, asi que seguiré caminando.
10
He visto algo. Estoy seguro de ello. Era una chica. Vestía un vestido con falda larga. Creo que era blanco con algún pespunte de color. Pero no he podido constatar cuál.
Pero, ha desaparecido. La niebla se la ha tragado.
Entonces, el sendero se cierra como cuando me atacaron Alan y los habitantes del pueblo.
Ahora que lo pienso, ese pueblo jamás se me ha sido mostrado.
De pronto, ante mi se abre un sendero, concretamente, a la derecha, del que se ha cerrado.
¿Conducirá a ese pueblo?
No creo. El cementerio, donde están enterrados sus habitantes, parece que queda algo lejos de él.
De todas formas, algo está claro. Si quiero saber dónde me lleva he de seguirlo. Por alguna razón se me habrá abierto, digo yo.
Quiero ver fantasmas, ¿no?
11
-Prométeme, que no le dirás a nadie, dónde está mi diario.
La voz había sonado detrás de mí.
Llevaba un buen rato caminando, por el sedero que se me había abierto. Me vuelvo y veo a la niña, que me había parecido ver antes. Lleva un vestido blanco y los pespuntes son azul marino. Su largo pelo moreno lo lleva liso y recogido en una cola de caballo.
-Prométemelo.
Yo tardo en reaccionar. Ella me mira, con impaciencia.
-¿Me lo vas a prometer o no?
Salgo de mi ensimismamiento y digo:
-Eh... sí, sí claro. Esta vez, está bien escondido. Pero, te aseguro que nadie lo sabrá por mí.
Ella sonríe. Es bonita. Es guapa.
-¿Cómo te llamas? –le pregunto.
-Tiffany –me responde ella-. ¿Y tú?
-Andros.
-Encantada, de ser tu amiga. Si quieres que lo sea, claro.
-Sí, claro. Si tú quieres que yo sea tu amigo, claro.
-Sí, claro.
-Me encantaría ser el amigo de otro fantasma.
Ella ríe divertida.
-¿Cómo sabes si soy un fantasma?
-Los fantasmas no le ponen fecha a sus diarios.
Esa información, solo tela ha podido dar otro fantasma. Así que, por lo que dices es verdad que tienes un amigo fantasma.
-Bueno, tengo varios.
-Ah –dice ella, con asombro-. Pero tú no eres un fantasma.
-No –digo yo.
-Bien, encantada de todas formas, de tener un amigo humano. ¿Quieres venir a mi casa? –pregunta ella, cogiéndome de la mano.
Su tacto es frío, pero demasiado sólido para ser un fantasma.
-Bueno, de acuerdo. ¿Queda lejos de aquí?
-No, está aquí al lado. Pero, espera.
Se pone ante mí y me dice:
-Has de seguir unas normas antes de entrar.
-¿Cuáles?
Ella me mira y me dice:
-Tienes que hacer lo que te diga, ¿de acuerdo?
Yo la miro, interesado y respondo:
-Sí, de acuerdo.
Ella pone cara de inocente y dice:
-No es que me las dé de mandona. Simplemente sé lo que digo.
-Es tu casa. Lo dirás por algo, que yo no sé y que tú sí.
Ella me mira, sonriente.
-Veo, que sabes de qué va. ¿Preparado, pues?
-Preparado –respondo.Ante nosotros se abre otro sendero. Y ella me lleva por él. Oigo un ruido y noto que los árboles se cierran tras nosotros. Ante mi, a lo lejos una luz...
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