miércoles, 25 de marzo de 2009

EL PISO DE ARRIBA III: MUÑECOS


Y aquí esta la tercera y última parte de mi historia.
Besitos.
EL PISO DE ARRIBA III: MUÑECOS
1

En la casa se está bien. Aunque hace algo de frío.
Tiffany ha desaparecido, por una puerta gruesa. De madera de roble, por lo menos. Y mientras me asomo por una ventana, estoy esperando a que aparezca de nuevo.
Me hallo en una especie de sala de estar. O eso parece. Por que estoy en una especie de casa, adosada a un faro. Ante mí, el mar. Calmado. Aunque, algunas olas rompen esa tranquilidad. No sabía que había andado tanto, para llegarme al mar.
Ahí lo hace.
O eso creía.
Quien entra es un hombre. Bastante alto y fuerte. Viste una basta y ruda chaqueta marrón, gastada con el tiempo que cubre una camisa que antaño fuera blanca, pero que ahora está amarillenta y unos pantalones marrones llenos de rotos y descosidos. Al estar la ventana al fondo, a la derecha de la ventana y como ha entrado mirando al frente, no me ha visto. Algo me dice, que he de esconderme. Me subo a un pequeño taburete y detrás de las cortinas, trato de ocultarme. Con cuidado me asomo ligeramente. En su mano derecha lleva una muñeca de gran tamaño. Parece rubia, con el pelo largo y liso. Viste un vestido de falda larga, parecido al de Tiffany. Quizás es una muñeca de Tiffany. A lo mejor la está buscando a ella. Por un momento decido que quizás sería bueno buscarla juntos. Además, parece que tarda un poco. Pero, hay algo rudo en su mirada. Y no sé qué es. Así que no me muevo de donde estoy. De pronto, es allí hacia donde mira. Yo, automáticamente me oculto. No sé. Si me ha visto o no. Me quedo quieto y solo el temblar me impide estarlo totalmente. El hombre sigue avanzando. A lo mejor no es más que un rostro rudo. El hábito no hace al monje. Pero, me va a ver escondido y dirá que por qué lo he hecho. Siempre puedo decir que me asusté y por eso me escondí. Lo que le llevará a pensar que hice algo mal y de ahí mi intención de esconderme. Sea, lo que sea, casi ha llegado a donde estoy...
De pronto, se para. Aún no me puede ver. La cortina me oculta.
-Juraría, que dejé la ventana cerrada –dice con voz rota y demasiado graznante para mi gusto-. En fin, habrán sido estos críos. Ya los cogeré y los meteré en vereda. La dejaré abierta, así entrará algo es aire.
Dio media vuelta y se alejó hasta salir de la sala, cerrando la puerta tras de sí.

2

Nada más abandonar la estancia, salgo con cuidado de mi escondite. El aire que entra por la ventana me da en la espalda, y noto que estoy sudando.
En ese momento oigo una voz.
-Es la hora, de salir a jugar. El Guardián de los Muñecos, a dormir se ha ido ya.
Parece una voz infantil. Concretamente de niña. ¿El Guardián de los Muñecos? Quizás es el hombre que ha entrado antes. De pronto, tras de mí, la ventana se cierra poco a poco, quejándose en sus goznes. Me doy la vuelta y veo, como poco a poco el mar se queda tras ella, pues la ventana no tiene cristal al ser completamente, de madera. La estancia se queda iluminada con las velas que se hallan colocadas en la pared.
Y Tiffany sin aparecer.

3

La puerta, por la que he entrado, con Tiffany y por la que entró el hombre antes, se va cerrando poco a poco también. Hago un esfuerzo, por llegar. No quiero quedarme encerrado aquí. Lo logro por poco. Tras de mí, queda la sala cerrada. Ante mí, el recibidor, con la escalera de acceso a los pisos superiores, a la derecha y una puerta enfrente mío, que según me dijo Tiffany cuando llegué, es la que comunica con el faro.
Entonces, oigo la voz de nuevo.
-Si el Guardián de los Muñecos no se despierta, jugaremos toda la noche, pero si lo hace, cuídate de caer en sus garras.
Las velas se apagan entonces, como con un soplido. La luz que entra es la que entra por las ventanas, que esta vez sí que tienen cristal.
-Veo que ya estás entrando en el juego, Andros.
La voz viene, gélida pero suave, de la parte de arriba de la escalera.
Es Tiffany. Ha cambiado de vestimenta y viene con un camisón blanco largo, muy largo, tanto, que arrastra por el suelo. Trae un candelabro de dos velas en su mano derecha.
-Pensé, que ya no vendrías –le digo yo.
Ella sonríe. Su sonrisa es bonita. La hace aun más hermosa.
-Qué poca fe tienes, en tu amiga.
Yo siento, que he metido la pata.
-Lo siento.
Ella sonríe de nuevo y se acerca a mí, posando un beso en mi mejilla. El tacto es dulce, algo frío, pero lleno de una extraña calidez.
-No te apures, tonto. Hasta cierto punto, es normal que pensases eso. Te dejo solo en una casa extraña...
Su sonrisa y sus palabras, me alivian.
-Sígueme. –me dice.
-¿Dónde vamos?
-Tú, sígueme.
Comenzamos a andar, hacia el piso de arriba.
-Creo, que sería justo que fuera yo la que te pidiera perdón, por haber tardado –dice ella, cuando íbamos por la mitad del tramo de escaleras.
-No te preocupes –digo yo. La detengo y esta soy yo el que pongo un beso en su mejilla. Es como la piel de su mano, cuando me la dio para llevarme, hasta aquí. Frío, pero sólido. Ella me mira y sonríe. Esa sonrisa puede conmigo. Sé que tengo ocho años y que ella es un fantasma, pero creo que a mi corazón eso no le importa un pimiento.
-Ven, vamos. Jugaremos un rato, con mis amigos.
La sigo hacia allí. Aunque, la verdad es que la habría seguido, hasta el fin del mundo.
4

-Mientras te esperaba en aquella sala, entró un hombre que llevaba una muñeca en la mano. ¿Es ese el Guardián ese del que habla esa voz?
Tiffany me mira sombría y me dice:
-Sí. Es él.
-¿Y esa voz? ¿Eras tú?
La sonrisa vuelve a su rostro, para mi deleite.
-Sí.
-Ah –digo yo-. Con esa entonación tan ensoñadora, no te conocí.
Ella sonríe y dice muy orgullosa:
-¿Lo hago bien, eh?
Yo sonrío y asiento.
Hemos subido la escalera, hasta arriba. Ante nosotros, dos caminos, derecha e izquierda y de frente un enorme cuadro. En él, se puede ver un mar, como en el que se veía en la ventana de la salita, donde había estado esperando a Tiffany.
-¿Al desván o al juego del escondite? –me pregunta de pronto.
Yo miro a ambos lados. Ambas direcciones están oscuras y no se ve nada.
-Tú conoces el juego, ¿qué opinas?
Ella sonríe de nuevo.
-Parece que vuelves a fiarte de mi.
Me pongo serio
-Nunca lo he dejado de hacer.
Ella ríe.
-Mira que eres tontuelo. Era broma. Anda vamos al cuarto de juegos.
Entonces, algo se oye tras nuestra. Es como si hubiera caído algo muy pesado al suelo. Nos damos la vuelta y no vemos nada. Pero, Tiffany, muy seria dice:
-Oh, no. El Guardián de los Muñecos. Ven vamos al juego del escondite.
Entonces, me coge de la mano y me lleva con ella hacia la derecha.

5

El candelabro se abre paso, poco a poco, a través de la oscuridad. Tras nuestra, se siguen oyendo ruidos. Llegamos a una habitación. La puerta está cerrada.
-Está ya ocupada.
Enfrente, hay otra, que también está cerrada. Al lado de la primera, hay otra. Tiffany empuja y la puerta, quejosa se abre. Entramos y Tiffany cierra, con una llave que se halla metida en la cerradura. La luz de las velas del candelabro describe una habitación amplia. Una cama con edredón de color blanco, cubre la cama. Una mesita de noche al lado de la misma, con una vela en una palmatoria, una silla, bajo una ventana, cubierta con cortinas blanco azuladas y un gran armario, completan la misma.
Yo no sé si es el mejor momento, pero se lo pregunto.
-¿Quién es ese Guardián de los Muñecos?
Tiffany me mira y seria me dice:
-Ven, sentémonos en la cama y te lo contaré.
Nos sentamos y ella, dejando el candelabro encima de la mesita, empieza contarme.
-Es alguien que guarda de nosotros.
Yo la miro extrañado.
-¿Cómo que de vosotros?
-Sí, Andros. Yo soy una muñeca. Pero, no siempre he sido así. El malvado Guardián de los Muñecos es alguien cruel que quiere que siempre seamos muñecos. Que nunca seamos fantasmas. Que no recorramos la casa ni el faro, ni el bosque. Que nunca juguemos. Que nunca podamos disfrutar de nuestra infancia.
Yo saliendo del anonadamiento que siento, la pregunto:
-¿Naciste fantasma?
Ella me mira y me dice:
-No. Nosotros somos parte de los chicos que murieron de pena, cuando nuestros padres nos abandonaron. Nos revelamos ante esa falta de cariño y nos mandaron aquí, cuando nos convertimos en fantasmas. Es como un destierro. No quisieron aceptar que se habían equivocado y mientras unos se dejaban abatir por la pena, nosotros intentamos hacer entrar en razón a nuestros padres. No pudimos y nos mandaron aquí. Para que no pudiéramos “molestar”, como ellos decían, dijeron al dueño del faro que nos convirtiera en muñecas. Es un antiguo brujo. Nos caza por la noche, pues por el día, nos cierra las habitaciones con conjuros mágicos. Y como por la noche ese conjuro no funciona, nos tiene que salir a cazar, para que no “molestemos”.
Yo veo una lágrima que baja pro su bello rostro. No puedo, por menos que sentirme aterrado, ante la idea de que a Tiffany la puedan “cazar” como a un animal. La sola idea me pone de los nervios.
-Ese Guardián –no puedo llamarle hombre-, ¿es humano?
-No. Es una especie de muerto viviente. No sabemos su origen. Solo sé, que ya ha cogido a muchos de nosotros. Y que, gracias a que pude anular parte de ese conjuro, aun no nos ha cogido a todos.
-¿Por eso no funciona de noche?
-Sí –dice ella, con cierto aire de esperanza.
-¿Qué hiciste?
Tiffany se sacó un colgante que llevaba por dentro del camisón. Era una especie de luna, colgando de una cuerdecita.
-Esto es suyo, para que funcione también de día lo ha de tener también en su poder.
-¿Cómo se lo quitaste?
Ella me mira y dice:
-Hay que aprovechar los descuidos del contrario. Un día, algunos de nosotros pudimos salir del castillo. Y él nos empezó a perseguir, por el bosque. Era de día. Entonces, le tendimos una emboscada. Nos subimos varios de nosotros a un árbol y caímos encima de él. Cuando se deshizo de nosotros, todos salimos corriendo en varias direcciones. Por suerte, para mí, salió en dirección, de otros dos chicos. Entonces, lo vi en el suelo. Se le debió caer en el forcejeo. Luego, me di cuenta de que él buscaba algo. Y me di cuenta de que no podía cazarnos de noche y, lo que era peor para él, tampoco salir de noche. Por eso, ese hechizo que usa él por el día, lo usamos nosotros por la noche, para poder escapar de él. Aunque, a veces él es más rápido. Desde entonces, lo llevo siempre para que él no lo encuentre por el castillo.
Los golpes han dejado de oírse.
-Hoy han caído unos cuantos más. Cada vez, somos menos.
Yo la miro y la digo:
-Y cuando os convertís en muñecos, ¿no volvéis a ser humanos nunca más?
-Sí. Pero durante una semana somos muñecos. Y está loco. A veces ,le da por despedazarlos. Ya ha destruido a muchos de nosotros de esta manera, pues cuando los muñecos son destruidos, nosotros somos destruidos también.
Entonces recuerdo la muñeca grande que el Guardián llevaba en la mano, y un escalofrío me recorre la espina dorsal. No puedo evitarlo y la abrazo, fuertemente.
-No dejaré que te coja Tiffany. Te voy a sacar de aquí. Te lo prometo. Traeré a Lerf y a Lomb y me ayudarán a sacarte de aquí
Tiffany corresponde al abrazo y su tacto es maravillosamente dulce, aunque a la vez que algo gélido.
Entonces, alguien intenta abrir la puerta.
-¿Quién está ahí?
Tiffany y yo nos abrazamos aun mas fuerte si cabe, mientras miramos aterrados a la puerta.

6

-¡Malditos críos! Sé que estáis ahí. Os voy a coger, a todos y os voy a convertir en muñecos. Y luego, cuando estéis a mi merced, os voy a despedazar a todos.
La voz es tan ronca, como antes. Incluso más aun si cabe.
Entonces, Tiffany me coge de la mano y me dice en voz baja, levantándose de la cama e instándome a levantarme a mí también:
-Vamos por la ventana. No hagas ruido.
Nos acercamos a la ventana y miramos, hacia abajo. La altura es considerable.
-No pretenderás que salte, por aquí, ¿no?
Tiffany me mira y parece darse cuenta de algo:
-Es verdad, tú eres humano.
-¡Abrid la puerta, pequeños mequetrefes!
-Pero, él no puede entrar, ¿cierto?
-No, no puede entrar. Pero, hemos de salir de aquí.
-¿Por qué?
-Por que debemos recibir el amanecer en nuestras habitaciones. Son las únicas que están protegidas, contra el Guardián de los Muñecos.
-¿Estás no son vuestras habitaciones?
-No. Estas son unas habitaciones, que se llaman de invitados. Esto antes, era un faro famoso. La gente venía a esta casa y alquilaba una habitación. Hacía a la vez de faro y de hostal. El Guardián era el dueño. Pero, un día se volvió loco y mató a todo el mundo. En fin, que usamos estas habitaciones, para jugar al escondite.
-¿Y nunca se os ha aparecido el fantasma de alguna de esas personas?
-No. El Guardián los hecho de aquí.
-¿Y cómo habéis protegido las habitaciones, contra el Guardián?
-Encontramos un hechizo. Estaba en el desván. Lo encontró Hans.
Entonces, su mirada se torna triste.
-¿Quién es Hans? –le pregunto.
Ella me mira y, las lágrimas que corren, por sus mejillas, me parten el alma.
-Era, mi hermano. El Guardián le cazó y le convirtió en muñeco. Como estaba furioso, por que habíamos conseguido ese hechizo, lo despedazó.
Su llanto entonces, se hace claro. La abrazo. Ella llora y gime en mis brazos.
-Lo siento –acierto a decir.
Ella me mira y me dice:
-No, perdona tú. Estamos aquí, intentado escapar y me pongo a llorar como una tonta.
Yo la cojo de las manos.
-Puede que ahora seas un fantasma, pero no has perdido tu parte de humana.
Ella me mira y me sonríe.
-Ya saldréis, pequeñas comadrejas. Cuando amanezca, podré entrar y entonces, no podréis escapar.
Yo miro la puerta.
-Abrela y escóndete.
Tiffany me mira, como si estuviera loco.
-¿Estás loco? Te atrapará.
Yo no soy un fantasma, Tiffany. A mí, no puede convertirme en muñeco.
Tiffany me dirige una mirada, de paulatina comprensión. Luego desvía su mirada a la puerta. Se acerca y toma el pomo, mientras no deja de mirarme, como si no estuviera segura de que esta fuera la mejor manera.
-Ten cuidado, por favor –me dice ella.
-Tranquila, lo tendré.
Tiffany abre la puerta y se queda tras ella. Ante mi, aparece el hombre que vi antes. En su mano derecha tiene un muñeco y en su derecha una muñeca. Al verme, me dice extrañado:
-¿Tú quien eres? No te conozco.
Entonces, avanza unos pasos, hacia mi. Veo, que Tiffany se ha asomado. Y al ver a los muñecos, en manos del Guardián, no puede ahogar un gemido de terror. El Guardián lo oye y mira hacia atrás y...
Todo sucede muy rápido.
El Guardián tira al suelo violentamente, a los dos muñecos. Yo me doy cuenta de que la ha descubierto y la va a coger. Me lanzo a por él, pero es tarde. Ya la tiene. Aunque, me puedo encaramar a su espalda. Él, parece demasiado ocupado, tratando de cogerla Tiffany. Veo, como Tiffany me pide socorro y poco a poco se va transformando en una muñeca, desde los pies para arriba. Entonces, lo veo claro. Hurgo en su cuello y encuentro una cuerdecita y tiro de ella. De pronto, el Guardián se echa la mano al cuello y nota que le he arrancado el colgante. Suelta a Tiffany, que cae al suelo, medio convertida en muñeca y va a por mí.
Dame eso, maldito gusano!
-Ven, por ello –digo yo y me lo pongo al cuello.
-Te voy a convertir en muñeco y después te voy a despedazar, maldito entrometido.
-A mí, no Guardián. No soy un fantasma.
El Guardián me mira y ese desconcierto, lo aprovecho, para correr hacia Tiffany y ponerle el colgante en el cuello. Aunque no se lo puedo atar, ocurre algo increíble: El Guardián grita, de una manera aterradora. Veo, que Tiffany se ha recuperado y ya es humana de nuevo. Me mira y me dice:
-¡Ahora, salgamos corriendo!
Tiffany se ata el collar, mientras sale corriendo a toda velocidad. Yo, como puedo la sigo. El Guardián de los Muñecos se ha quedado atrás, gritando de una manera aterradora. Da miedo.
-Parece que le hayamos quitado todo su poder, según está gritando. –dijo Tiffany, mientras paraba al final del pasillo al lado de la escalera.
Entonces, algo más ocurre. Ante nosotros, aparecen, saliendo del suelo, un grupo de personas. Pero, han salido del suelo sin atravesarlo. Entonces, Tiffany reacciona:
-La gente que el Guardián asesinó.
Tratamos de volver, por el mismo lugar que hemos venido, pero ocurre los mismo. Al igual que en el otro pasillo. No cabe duda: son los fantasmas de la gente que ha matado el Guardián. Al quitarle los dos colgantes, el hechizo se ha roto y han vuelto. Tiffany se abraza a mí y yo me abrazo a ella. Es curioso que siendo ella fantasma, tenga miedo de otros fantasmas. Pero al igual que los hombres también tenemos miedo de otros hombres, así ocurre con los fantasmas a veces.
Nos empiezan a rodear. Poco a poco nos tienen cercados. Entonces, vemos que, en sus ojos brilla un odio exacerbado. Nos miran con odio y nosotros no hemos sido. Tiffany y yo nos apretujamos fuertemente. Entonces, unos de los hombres nos alarga una mano y...
Nos la ofrece.
Su mirada ha pasado del odio más encarnizado, a la más sincera complicidad.
Entonces, se oye una voz.
-Tiffany... soy yo. Has liberado a todos.
Y con un rugido aterrador del pasillo de las habitaciones del escondite aparece el Guardián blandiendo un hacha.
Entonces, todos los fantasmas que ese asesino de ultratumba había matado van, a por él, protegiéndonos. Todos le rodean. El fantasma que nos había ofrecido la mano vuelve su cara y nos dice:
-Marchaos. Hacedme caso. Marchaos.
Tiffany está inmóvil. La voz la ha dejado paralizada en el sitio.
-.Es mi hermano, Andros.
Entonces, la voz suena de nuevo.
-Tiffany. Huye.
Entonces, la cojo de la mano, mientras bajamos las escaleras, dejando atrás un conjunto de sonidos espeluznantes. El Guardián grita mientras los aullidos escalofriantes de los fantasmas lo invaden una y otra vez Salimos a la claridad de la luna y de la mano corremos y no paramos de correr.

7

Cuando paramos, principalmente por que yo soy humano y me canso, ella me mira y me dice, con lágrimas en los ojos:
-Pero... ¿cómo es posible? Creía que cuando despedazaba los muñecos, moríamos para siempre.
-Bueno, -digo yo-. Parece que, no solo has roto el hechizo, sino todos los hechizos.
Entonces la voz de Hans se oye:
-Tiffany. Eso es en efecto lo que has hecho. Hemos podido, recuperar nuestra posición de fantasmas. Pero aun tardare en mostrarme. Así, como todos los que ah asesinado ese indeseable. Pero, no te preocupes. Iré a donde vayas tú.
Tras nosotros, se oye un ruido. Miramos y vemos un grupo de niños. Los compañeros de Tiffany.
-Venid. Vamos a casa de Lerf y Lomb. Allí, todos seréis bien venidos.
-Tendremos que pasar, por el bosque. Quizás nuestros padres estén allí- dice una niña.
-Nuestros padres, ya no lo son. Al menos para mi –dice un niño.
Todos asienten.
Entonces, miro a Tiffany la ofrezco mi brazo que ella acepta gustosa.
Así, nos dirigimos hacia la mansión de mis padres.

No hay comentarios:

Publicar un comentario